jueves, 28 de octubre de 2010

ESPERAME

Era un instante que esperaba desde que se separaron. Un momento; injusto en comparación a la espera larga del resto de su tiempo sin ella. Se preparaba haciendo una comida pequeña, sólo para los dos. Con pepinos frescos, huevos y chocolate en forma de gatitos que se derretirían al contacto de su lengua. Pondría la mesa, encendía las velas que le iluminarían el camino hacía él, colocaría con cuidado el mantel a colores vivos, armaría la alfombra de pétalos que se acompasarían a su paso, colocaría la jarra de agua helada para la sed por el largo camino, compraría las flores para la mesa que ella olería junto con su bonita y pequeña sonrisa. El toque final de todo sería él mismo sentado ante ese perfecto ritual creado para cuando ella volviera.

El tamborileo de las flamas en las velas anunciaría su llegada. No existía ningún ruido a esa hora en el mundo entero y él podía oír perfectamente la música que componía su cuerpo atravesando la entrada. Se pondría de pie con la misma vieja sensación que sólo ella era capaz de provocarle; reclamándole que llegaba tarde a la vez que giraba la cara a ella.

Estaba igualita a como aquel día en que se despidieron para siempre, igual a como aquel día en que se dieron cuenta de lo enamorados que estaban, igual como en todos sus recuerdos intactos dentro de su corazón.

Se miraron de frente. Él seguía siendo muy alto y ella muy pequeña. Ella alargo una mano a su rostro de él y con las yemas de los dedos acaricio las naturales arrugas de su edad madura.

Él siempre cambiaba.

Él cerró los ojos ante el tacto de su piel. Ante su realidad ahí presente y no la del vacío de su ausencia cuando intentaba rememorarlo. La condujo a la mesa y cenaron tranquilos, sin prisas, charlando de todo lo que era su presente y sería su futuro sin la presencia del otro. La invitaría a bailar aunque ninguno de los dos supiera como hacerlo. Él rodearía su breve cintura con la mano y ella enredaría sus brazos alrededor de su cuello, paseando por su nuca y sus cabellos a la vez que se conducían lento en una melodía invisible. Él recorrería su espalda una y otra vez, sintiendo el calor de su piel nívea, el halito de su respiración, sus pechitos pegados a su torso y la vida prestada que antes tuvo eterna.

Él pronunciaría su nombre y ella levantaría el rostro para recibir el beso. Un beso que no detendrían aunque les faltara el aliento porque era lo único que tendrían hasta el día en que al fin él pudiera irse con ella.

— Tengo que irme… - anunció ella.

— No... no.. no… no… - y él se aferró más a ella, como si con eso ganarán más tiempo juntos.

— Gracias por la comida - ella hablaba sorda de sus replicas. — Salúdame a todos.

— No te vayas aún… por favor…

— El viaje de vuelta es largo. Lo sabes.

— Quédate conmigo como antes. No regreses.

— ¡Es imposible!

— Llévame contigo entonces.

— Aún no es tu tiempo.

— ¡Por favor!

— Adiós…

La voz de ella empezaba a sonar hueca, lejana. Como si estuviera a muchos kilómetros de ahí. Él volvería a cerrar sus ojos fuerte mientras la abrazaba y ella le decía algo que le llego como un susurro.

Sintió perfectamente como el cuerpo que abrazaba cambiaba bajo su tacto para volver a su naturaleza. Él abriría los ojos para encontrarse con una melena negra pegada a un cadavérico rostro que lo veía por unas cuencas vacías.

El permiso había terminado.

El frío de la caricia que ella dirigió con su huesuda mano lo hicieron querer llorar a la vez que volvía a verla desaparecer, regresando al más allá en medio de la obscuridad y llevándose un “Espérame” de él.

KATRINA

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