jueves, 16 de diciembre de 2010

VACACIONES


Estuve esperando por un año esas vacaciones. Planeando y economizando, privándome de salidas al cine, de parrandas con los amigos, de ropa y de algún disco nuevo que tanto ansiaba tener. Empecé por guardar dinero en una cuenta (evitando caer en la tentación de gastarlo cuando quisiera). Me inicie en tandas, busque dinero entre mis sillones, en la ropa de todo mi armario, en los bolsos perdidos de mi mamá y mi hermana, vendí cosas que ni yo sabia que tenia e incluso recordé a gente que me debía. Tuve que pedir maletas prestadas y otros artículos que considere necesarios a cambio de mil recuerdos, 100 fotos, 4 cartas, 2 llamadas y trece consejos sobre mosquitos y el clima. Que haciendo las operaciones correctas es la cuenta mas larga que he debido en mi vida y que aún no estoy muy seguro de poder saldar.

Pero encima de todo eso y de tener que soportar a la vieja amargada de mi vecina sobre las condiciones impuestas por su propia satisfacción para cuidarme la casa, me dispuse a disfrutar el sentarme a la mesa con café en mano y todos los folletos posibles que me había mandado la agencia de viajes, que iban desde Disneylandia hasta Alaska, de una calurosa playa hasta un pintoresco pueblo. Mientras las hojas iban pasando y las horas consumiéndose, no pude aguantar el recordar vacaciones anteriores.

Cuando uno es niño, la palabra vacaciones se divide en dos: diversión y nada de escuela, por que sin importar el lugar donde vayamos, siempre se convierten en las mejores. Porque ninguna se parece y jamás haces lo mismo. Descubres nuevas curiosidades y áreas inexploradas. Te vuelves alpinista, veloz corredor y experto nadador. Y el apasionante tema de acampar es como de otro mundo.

Al menos hasta la adolescencia, siempre estuve con mis padres, quienes me llevaban a donde quisiera (o podían), y luego, por otras razones ya ajenas a uno, perdimos la costumbre de salir como antes. Probablemente por eso me habían regalado un gatito para llenar esas vacaciones que ya no habían vuelto a regresar… Tuve que detenerme un poco por que sonó el teléfono, era un antiguo amigo. Tenia como medio año de no verlo (por cuestión de trabajo o por uno mismo) pero no se parecía enfriar del todo los restos de aquella camaradería que nos clavo uno a la vida del otro…colgué haciendo la promesa de vernos, pero sin la menor intención de volverlo realidad algún día. Siempre he pensado que esa frase es sólo la esquivación bien dicha de algo que no queremos hacer. Me dirigí nuevamente a la mesa y tome un poco a la taza. Fue cuando comencé a reclamar lo corta que fue la llamada de mi amigo (que no se por que le seguía diciendo así, pero luego de pensarlo por tantas noches, concluí que a veces uno no puede llamarlos de otro modo por que le es difícil hacerlo). No había tenido un pretexto muy concreto, pero no lo necesitaba. Aunque los pretextos se nos estaban volviendo viejos. Seguramente había visto o escuchado algo que me gustaba o que odiaba y que él aun tiene registrado en sus archivos. Mi cerebro también lo busco… le había pedido una relación más seria a mi novia, y hasta donde me suponía, ella le había dicho que no. Y no es por presumir de vanidad, pero al parecer fue por que aun me quería. La verdad es que nunca lo hablamos ni ella ni yo, y no la he vuelto a ver, pero de vez en vez, me acompaña su recuerdo.

Me serví algo mas fuerte que el ligero café que tomaba. Me gusto la idea de un viaje a Paris y retome una promesa entre mi amigo y yo. Y no es por querer ser pesimista, pero me dio la impresión de que esa promesa nunca había existido. De que un día se transformo en uno de esos tratos sin cerrar… Me desparrame en la silla ante un espejo que tenia enfrente, haciendo gestos y riéndome tan fuerte que si alguien me hubiera visto, diría que estoy loco. Hacía años (la verdad no quiero hacer cuentas de la soledad) me había ido con los amigos al rancho de uno de ellos. Partimos en la camioneta de sus padres un sábado por la mañana. Nos fuimos cantando, protegidos con cobijas hasta el cuello y tratando de que no entrara tanto aire por la ventana sin vidrio. Nadie se quejo nunca de ninguna incomodidad, nadie se quejo de que íbamos apretados, lo único que podíamos ver eran nuestros rostros sonrientes, nuestras palabras tontas y nuestros chistes tan simples que nos provocaban carcajadas de media hora. En lo personal, si me lo preguntan, los paisajes de montañas espolvoreadas de neblina, los pastos húmedos y aquel sentimiento de hermandad en que se llega a concentrar una amistad, me hicieron sentir el ser más feliz del planeta. Por que entre mis amigos y mi familia, yo no podía pedir más…Regresamos a casa fatigados y con la solemne idea de repetirlo... Nunca lo volvimos a hacer, pero he de confesar que lo recompensamos con fiestas ardientes, con borracheras tranquilas y tertulias que duraban hasta el amanecer. Una amistad que dejo un cayo dentro de mi, por que con ellos había aprendido desde besar hasta llorar… pero se volvió necesaria una despedida a tiempo… por el bien de todos, por nuestro bien mental y físico, por que desgraciadamente la confianza la estábamos matando… La lluvia me hizo tener que salir a recoger algunas cartas que estaban a punto de mojarse. Puras cuentas y propaganda. Mientras cerraba las ventanas y prendía la calefacción recordé que mi gato nunca les cayo bien, pero lo tenia desde antes que ellos llegaron y después de que ellos se fueron… El minino parecía poner todo de su parte por fregarlos, ellos se cansaban de decir que era pedante. Que los gatos son traicioneros y que me iba a abandonar. Pero siempre les decía que eso no era cierto y que incluso me quería más que ellos. Broma que resulto cierta, por que a fin de cuentas, él nunca me hizo a un lado y ellos si… Estaba obscureciendo muy temprano y encendí las luces para seguir con los folletos. Había dejado el vino y el café a un lado. Mire en la puerta del refrigerador un letrerito que me avisaba de ir a bailar con mis amigas que había conocido en preparatoria. Recordé las ultimas vacaciones con ellas… las pasamos custodiando el blanco féretro de una de nuestras amigas… Termine mis vacaciones sentado en el sillón sin ganas de querer bañarme, ni de comer y aterrorizándome de cualquier ruido. Perdí hasta el sentido del tiempo y de las horas en que estaba, por que mi cerebro se atiborro de la cara sonriente de ella, de su voz, de su manera de reír, de su maternidad adelantada y de todos sus planes que tenía para vivir… Mi vida dio un giro desde entonces. Me reconcilie con antiguos amigos, remendé viejas heridas, tape algunos rencores, perdone a los que me hirieron, bendije a los que me odiaban y reafirme mis amistades… Termine ya muy tarde de repasar los folletos. Me sentía tan agotado. Agonizaba soberbiamente de aquella caminata tan larga que acababa de dar…

Al otro día, estaba parado ante la puerta de la casa de mi prometida. Quien al verme se sorprendió mucho.

-¿Y ahora? ¿Qué haces aquí?

-Vengo a entregarte tu maleta. Gracias por prestármela.

-¿Y que paso con tus vacaciones?

Me volví sonriente a verla y a la vez que le mandaba un beso con la mano le conteste:

-Ya las hice.

Katrina

jueves, 28 de octubre de 2010

ESPERAME

Era un instante que esperaba desde que se separaron. Un momento; injusto en comparación a la espera larga del resto de su tiempo sin ella. Se preparaba haciendo una comida pequeña, sólo para los dos. Con pepinos frescos, huevos y chocolate en forma de gatitos que se derretirían al contacto de su lengua. Pondría la mesa, encendía las velas que le iluminarían el camino hacía él, colocaría con cuidado el mantel a colores vivos, armaría la alfombra de pétalos que se acompasarían a su paso, colocaría la jarra de agua helada para la sed por el largo camino, compraría las flores para la mesa que ella olería junto con su bonita y pequeña sonrisa. El toque final de todo sería él mismo sentado ante ese perfecto ritual creado para cuando ella volviera.

El tamborileo de las flamas en las velas anunciaría su llegada. No existía ningún ruido a esa hora en el mundo entero y él podía oír perfectamente la música que componía su cuerpo atravesando la entrada. Se pondría de pie con la misma vieja sensación que sólo ella era capaz de provocarle; reclamándole que llegaba tarde a la vez que giraba la cara a ella.

Estaba igualita a como aquel día en que se despidieron para siempre, igual a como aquel día en que se dieron cuenta de lo enamorados que estaban, igual como en todos sus recuerdos intactos dentro de su corazón.

Se miraron de frente. Él seguía siendo muy alto y ella muy pequeña. Ella alargo una mano a su rostro de él y con las yemas de los dedos acaricio las naturales arrugas de su edad madura.

Él siempre cambiaba.

Él cerró los ojos ante el tacto de su piel. Ante su realidad ahí presente y no la del vacío de su ausencia cuando intentaba rememorarlo. La condujo a la mesa y cenaron tranquilos, sin prisas, charlando de todo lo que era su presente y sería su futuro sin la presencia del otro. La invitaría a bailar aunque ninguno de los dos supiera como hacerlo. Él rodearía su breve cintura con la mano y ella enredaría sus brazos alrededor de su cuello, paseando por su nuca y sus cabellos a la vez que se conducían lento en una melodía invisible. Él recorrería su espalda una y otra vez, sintiendo el calor de su piel nívea, el halito de su respiración, sus pechitos pegados a su torso y la vida prestada que antes tuvo eterna.

Él pronunciaría su nombre y ella levantaría el rostro para recibir el beso. Un beso que no detendrían aunque les faltara el aliento porque era lo único que tendrían hasta el día en que al fin él pudiera irse con ella.

— Tengo que irme… - anunció ella.

— No... no.. no… no… - y él se aferró más a ella, como si con eso ganarán más tiempo juntos.

— Gracias por la comida - ella hablaba sorda de sus replicas. — Salúdame a todos.

— No te vayas aún… por favor…

— El viaje de vuelta es largo. Lo sabes.

— Quédate conmigo como antes. No regreses.

— ¡Es imposible!

— Llévame contigo entonces.

— Aún no es tu tiempo.

— ¡Por favor!

— Adiós…

La voz de ella empezaba a sonar hueca, lejana. Como si estuviera a muchos kilómetros de ahí. Él volvería a cerrar sus ojos fuerte mientras la abrazaba y ella le decía algo que le llego como un susurro.

Sintió perfectamente como el cuerpo que abrazaba cambiaba bajo su tacto para volver a su naturaleza. Él abriría los ojos para encontrarse con una melena negra pegada a un cadavérico rostro que lo veía por unas cuencas vacías.

El permiso había terminado.

El frío de la caricia que ella dirigió con su huesuda mano lo hicieron querer llorar a la vez que volvía a verla desaparecer, regresando al más allá en medio de la obscuridad y llevándose un “Espérame” de él.

KATRINA

jueves, 14 de octubre de 2010

Sofía



-Feliz navidad!

El se levantó de la mesa la tomó por el cabello y la tiró al piso, haciendo que rebotara en el

- feliz navidad para ti también!! Que hermosa fiesta

Ella no reaccionaba, solo lloraba en el piso mientras el corría los muebles para hacerse espacio para lo que venia luego

-me gusta el decorado, tienes muy buen gusto!

La pateó y escupió hasta que se cansó. Ella seguía llorando y se preguntaba por que merecía todo ello ¿Qué era lo que había hecho mal?

-gracias por el presente mi amor! Está precioso!!

La levantó del piso de un brazo y la azotó a una pared, le arrancó el vestido, el que con tanto ahínco había zurcido para la ocasión

-brindemos por una nueva noche nueva, ya está por nacer el niño Jesús

La miró a los ojos y levanto uno de sus puños y lo posó sobre su rostro. Le había soltado 3 dientes de un solo golpe

- ¡¡salud!!-

Escupió sangre al tiempo que tiraba al piso los dientes sueltos, el mantenía sus brazos gruesos, robustos y bruscos sobre su delicada piel. Ella era una delicada flor, la que un maricón había marchitado.

- Raúl toca ese villancico que tanto nos gusta en el piano ¿quieres?

No levantó la cara, aun mantenía esa sumisión de joven. El tener 16 años y convivir con un hombre el que casi le doblaba en edad, la estaba matando.

- de acuerdo tía, aunque había prometido no tocarlo mas…

Volvió a tomarla del cabello y arrastrarla hasta la habitación, pero había llevado consigo una cuerda. Esta noche había planeado algo especial para ella

- calla chiquillo y toca para esta vieja a la que ya no le queda mucho con ustedes

Amarró sus extremidades a la cama dejándolas separadas a una distancia considerable. Ella no gritaba, no decía nada. Solo sus lágrimas eran expresión de su dolor, las que salían de esos ojos, aquellos ojos verdes de adolescente

- bueno tía, este villancico va para mi hermanita Sofía la que quiero mucho

Anudó con tanta fuerza sus extremidades que de a poco se volvieron cianóticas, sentía un hormigueo en sus piernas. Se habían dormido

- Raúl…

“Eres igual a ella”…. Repetía una y otra vez mientras se paseaba por el pequeño pasillo que había entre la cama y la pared. Metió dos de sus dedos en su boca y dirigió su mirada hacia la cama

- no lo puedo evitar…- puso sus dedos en el piano y comenzó a tocar

Se acercó a la cama y se sentó, acercó sus dedos hacia el interior de ella. Ella no decía nada, nada…

- ¡¡bravo!! ¡Bravo Raúl!

El seguía con sus dedos, pero ella estaba rígida, no sentía nada. Eso lo enojó, sacó una de sus armas. La atravesó por el cuello eh hizo que escurriera todo el contenido por la cama….

- espero que en donde te encuentres mi Sofi estés bien…

Ella no sintió nada, mantenía su mirada fija, con su rostro esbozando una sonrisa algo congelada en el tiempo. Ella estaba tranquila

-Raúl, ella si lo está….




Querida Sofía:

Se que después de todo no fui un buen hermano y que muchas veces rompí tus muñecas. Pero me gustaba verte enojada y como tus ojitos verdes se hacían más oscuros.
Te pido disculpas. Se que papá fue muy cruel contigo, no se bien que pasó. Mamá dice que cuando sea más grande me contará que es lo que pasó.
Ya tengo 9 años!! Soy grande! Y quiero saber cual es la historia.
Mamá también dice que no quiere que me acerque a papá ¿por qué?

Son tantas cosas mi Sofi que no entiendo, a veces me da miedo enterarme. Siento en mi corazón que es algo muy feo.
Me despido de ti hermanita, mamá dijo que te enviaria esta carta por que tu te habías ido para siempre y que no te volvería a ver nunca mas. Pero que en donde estabas, eras muy feliz y que nos cuidabas a todos.

Te quiero

Pd: cuida a mamá, todas las noches llora y me da miedo ir a consolarla. Ve que puedes hacer
Pd2: ¿puedo quedarme con tu lorito? Te prometo que le doy comida todos los dias

Un besito Tu “Ralito” como siempre me decias…

jueves, 2 de septiembre de 2010

La fotografía - (fragmento Mariposas)

Lo supo desde que entró. Desde antes de que abriera la cerradura o notara lo diferente que sonaba el silencio. Se quedo un rato mirando su habitación en la obscuridad detenido en el umbral. Repasando mentalmente la ubicación de cada uno de los elementos que la componían. Cuando finalizo, noto que era lo impalpable que él no alcanzaba a ver pero que volvía todo tan diferente. Anduvo hacía la cómoda y rebusco dentro de un cajón, en medio de objetos olvidados o perfectamente ocultos. Sus dedos sintieron la madera del fondo y luego el frío del papel de fotografía.

Ahí estaba Valeria.

No tuvo necesidad de verla a la luz de la lámpara, se había aprendido de memoria la vieja fotografía que le robo en los años en que convivían juntos. Donde ella aparecía sonriendo tranquilamente, con el uniforme escolar puesto, el cabello alborotado y corto. Con aquella mirada tímida y penosa pero tan hermosa como siempre fue. Sergio se recostó en la cama con la fotografía aún en la mano. Empezó a llorar. Valeria estaba muerta y nunca iba a volverla a besar.

Valeria lloro con él desde su muerte. Ya que ese deseo era algo que ella también quería. A Sergio Fernández era al único que se permitió extrañar. Al único que se permitió ver y cuidar. Se despertaba con él, se sentaba a la mesa con él, corría con él, dormía con él. Se la pasaba viéndolo respirar suavemente, recorriendo el contorno de sus labios con sus dedos invisibles.
Fue al único de sus amores que se permitió amar en el más allá.

Katrina

viernes, 19 de marzo de 2010

Mundo


Se mordió nuestro mundo, mirando hacia el cielo
Mostró sus uñas, arañando las paredes
Partió los cerros y lloró

Se mofaron los vientos y carcajearon gustosos
Tronaron las rocas del subterráneo
Corrieron las lluvias y las nubes se dejaron morir

¿Qué será de aquellos peces que el agua azotó en las tierras vecinas?
¿Qué será de aquellos botes que hoy navegan por las calles?
¿Que será de aquellas personas que reemplazan gotas de mar
Perdidos en la noche, de las densas sales que forman el liquido mundial?

/Volvimos a las velas y a los abrazos de desesperación/

Ya no hay verde, ya no quiere haber
Se secaron los ríos y el verano es frígido
Forma granizos
Sobre nuestros hombros

El fuego ya no quema, el hielo ya no escarcha
El sol ya no brilla y la luna se desvaneció
La niebla esa noche carcomió
Tranquilidad y un poco de redención

Sonaron las rocas, se agitaron los seres del mundo
Las hojas sin ser otoño cayeron junto a quienes las nutrían
Palpitó el corazón de Chile
Y notamos que el cemento no era quien nos protegía…

miércoles, 17 de febrero de 2010

Una oportunidad

El teléfono sonó a las cinco en punto en medio de una tarde de calor pegajoso. Alzó la bocina con la certeraza de que saber quien era, sólo por que había estado recordando su existencia diariamente; no con intención por supuesto, pero acudía a su mente con un leve estrépito en el pecho y una ya casi resignada obsesión.

Saludo sin necesidad de preámbulos. El silencio tímido que siguió acrecentó el cosquilleo caliente que no había vuelto a sentir y que le recorrió el cuerpo entero aterrizando en medio de sus pantalones.
—Sí – respondió la voz suave y bajita del otro lado de la línea a una pregunta que ambos se hacían dentro de sus cabezas.
Y colgó.
Se tardo unos segundos en reaccionar. Bajo lentamente la mano donde aún apretaba con fuerza el auricular, preparado por si acaso la respuesta era una negativa… como siempre.

Había sido un día igual de caluroso a aquél. La miro perfectamente para luego ubicarla en la soledad de su memoria. Llevaba un conjunto cómodo, la pose relajada, el cabello suelto, las piernas cruzadas, moviendo el pie al ritmo de una canción que ella solo sabía. Se sentó a su lado con la bebida fría entre las ganas de ella. Era increíble lo feliz y tranquilo que lo hacía sentir con su sola presencia. Sorbió el refresco cuando vio venir la sensación en el estomago de nervios.
Ella termino de mover el pie y se acomodo de nuevo a la vez que recargaba su cara contra su brazo de él. Ahora jugaba con una moneda entre sus dedos.
— ¿Hasta cuando nos vamos a hacer pendejos? – dijo él.
Ella levanto la vista, pero no dejo de jugar con la moneda. Lo miró un segundo antes de hacer la pregunta que él esperaba.
— ¿Qué?
—Sabes perfectamente de que hablo.
—Pues dímelo porque no lo sé.
—Ahora resulta que no sabes.
Una sonrisa irónica cruzo su cara a la vez que fingía prestar atención a una pareja de niños que iban pasando.
Ella trago saliva. Pasó sus dedos por la frente, señal de que una idea o un pensamiento hacían cruzado por su mente. Regreso la atención de nuevo a la moneda entre sus dedos.
— No quiero malentenderlo... No es que no sepa.
— ¿Y qué es lo que malentiendes?
Su lengua paso por sus labios y mordió el inferior. Hizo una sonrisa de esas cuando creemos que la idea es realmente disparatada. Se encogió de hombros.
— Que nos gustamos… de alguna forma.
El sonido de su corazón casi no lo dejó oír la respuesta. La moneda hizo un ruido al golpear en la mesa cuando su mano de él atrapo la de ella. Quedaron tan cercas el uno del otro que noto perfectamente sus mejillas teñirse de rojo y hasta el momento en que se quedo sin aliento ante su inesperada reacción.
Sólo un movimiento, cualquiera que fuera y se besaban sin problema alguno.
— Entonces no lo malentiendes. – dijo finalmente él. –Piénsalo bien. Dime tu respuesta… cuando creas conveniente. Aún hay una oportunidad.
Ella siguió sin moverse. Él acaricio su rostro y se puso de pie.

Se trono los dedos de ansiedad. Evaluando si acaso iba a salir bien. Pensando que a lo mejor se había equivocado al citarla ahí, en ese cuarto de hotel. No buscaba ser duro con ella, pero era esa quizá su última oportunidad que quedaba.
Si no iba… era todo. Para siempre.

Volvió a mirarse en el espejo. Se arreglo la corbata. En la cama descansaban las rosas que le había llevado. Iba sentirse como un real idiota si ella lo dejaba ahí. Intento calmarse andando por la habitación pero la recorrió en dos pasos. Se quito y puso el saco dos veces, se sentó en el sofá otro tanto y miro por la ventana, abría y cerraba el celular… la ilusión que se estaba permitiendo estaba a punto de caerse en alguna parte hiriéndolo.
Tal vez había sido mala idea darle tiempo. Le había dado la oportunidad de pensarlo… pensarlo y arrepentirse.
Tal vez…

El tiempo se paro para los dos justo cuando el sonido de golpes en la puerta llegó. No lograba calmar la ansiedad, ahora vuelta una emoción que no dejaba de ensordecerlo por dentro.
La vio por la perilla; nerviosa, ansiosa, incrédula, temerosa, curiosa y feliz. Había algo dentro de todo eso que les estaba dando un desasosiego calmante.
Ella le sonrió en cuanto noto sus pasos y miro directamente a él, sus manos se llevaron el nudo de su abrigo blanco abriendo lo que había debajo dejándolos a los dos sin aliento.
Él abrió la puerta a la vez que ella cerraba el abrigo y lo miraba fijamente. Él tomo su rostro en sus manos.
— Tal vez no sea tan buena – dijo ella.
Él la rodeo de la cintura atrayéndola a él con toda la fuerza que la hizo gemir cuando choco contra su pecho.
— Lo serás.
Y se besaron a la vez que la puerta de aquella oportunidad se cerraba.

Katrina

viernes, 15 de enero de 2010

La Princesa


Pasó durante una tarde de viernes invernal bajo un sol irreal. Él lavaba la ropa dentro de su rutina solitaria, tarareando viejas canciones escuchadas en una infancia difícil a una madre triste. Noto de inmediato la diferencia en el ambiente. Se giro a su izquierda; no esperando encontrar el amor ahí. Estaba parada junto a las escaleras, con el cabello rubio despeinado, la piel blanca, sonrosadas las mejillas y la mirada curiosa.

Le hizo una sonrisa leve, esperando que no huyera despavorida como los gatos cuando notan su presencia. Ella, que llevaba una faldita y sostenía una cuerda para saltar le devolvió la sonrisa. El corazón le dio un vuelco y sintió el sol más brillante, el cielo más azul e incluso la vida más liviana; se dio cuenta de que estaba irreparablemente enamorado de aquella criatura que nunca se había cruzado en su destino hasta ese bendito día.

Ella siguió en su sitió sin atreverse a acercarse del todo y él la saludo esperando a que, o se fuera para siempre o se quedara para la eternidad.

La miro dos veces disimulando, para grabarse en la memoria su recuerdo para evocarla cuando quisiera después. El mundo se detuvo cuando ella decidió avanzar primero uno… luego dos pasos. El aire que removió cuando lo paso de largo fue como un golpe que lo dejó sin aliento.

Su nombre era Emily, tenia seis años, empezaba la primaria, leía perfecto, gustaba del chocolate caliente y el pan dulce, y le gustaban las historias de príncipes y princesas. Le pregunto si le gustaban los animales, su nombre, su edad, el número de su familia… Iba a tocarla cuando alguien la llamo a gritos y salió corriendo sin darle tiempo a nada. Estaba a punto de lamentarse cuando la chiquilla asomo de nuevo y lo cito ahí mismo para el día siguiente.

No faltó a ninguna de las siguientes citas, aunque ella si lo hizo dos veces; en las que él se había quedado esperando por ella, en la azotea, bajo el rayo del sol sentado en un incomodo banquito, llorando a lagrima viva por la falta, aspirando a cada bocanada el aire intacto de su esencia que aún quedaba en el recuerdo del lugar, recitando en voz alta el cuento que le había preparado sólo a ella. Fue un viernes igual. Estaba a punto de creer que su princesa no iba a ir cuando la niña sonrío. Él se levanto ansioso para darle el chocolate que le llevaba de regalo y abrazarla. Ella noto de inmediato su arreglo.

—¿A dónde vas a ir?

Trago saliva sorprendido de que ella supiera sus intensiones antes de decirlas. El aire vespertino congelo el sudor en su nuca y hacía volar el cabello despeinado de Emily. Sus labios estaban húmedos y sus vivaces ojos no se apartaron de la envoltura que deshacía.

—Me voy con mi novia, Emily

—Mmmh… ¿y cómo se llama tu novia?

Mordió el chocolate y un poco quedo en la orilla de su boca y ella lo limpio con su lengua.

—Emily. Se llama Emily.

—Como yo. –y ella se puso contenta, a la vez que hurgaba dentro del bolso de la camisa por otro chocolate.

—Sí. Cómo tú.

—¿Me cuentas un cuento de princesas?

Sonrió con la luz en sus ojos.

Fue un viernes igual cuando Emily desapareció con su príncipe y no volver jamás.