domingo, 29 de noviembre de 2009

Un poco de felicidad


Frecuentaba los bares cercanos a su pequeña casita ubicada en la esquina de la calle. Se sentaba en el mismo lugar y solía pedir la misma cantidad de licor al cantinero. Pasaba horas recorriendo con el índice el borde superior del vaso, sin probar de su contenido. De vez en cuando traía consigo un diario, el que hojeaba sin detenerse para leer. Lo repasaba una y otra vez sin detenerse en página alguna, solo al final de la edición, para voltearlo y volver a comenzar.
Tenía ojeras, como cualquiera de su edad, ojos cansados y dolorosos. Se notaba en la ropa que llevaba el paso de los años, más que en su propia expresión facial. Llevaba la misma ropa siempre que entraba a los locales.
Se sentaba en una pequeña mesa individual cercana a la barra de tragos, a veces se estiraba y miraba a un punto fijo perdiendo la vista en el lugar, hasta que una pequeña mueca que podría considerarse como sonrisa, lo volvía al mundo real.
De vez en cuando, hacia rechinar los dientes, dando la impresión de estar nervioso. Frotaba sus manos y las acercaba a la boca para darles calor y acercaba su vaso a la boca pero sin dar un sorbo.
No se veía feliz, estaba solo frente a una infinidad de personas que entraban y salían del bar, muchas de ellas en calidad de bulto, por las copas de más que les alteraba la coordinación y el habla. Él solo los miraba, moviendo la cabeza negativamente, volviendo la mirada al punto fijo perdiéndose nuevamente en su mundo.
Hubo una única vez que se sentó en la silla frente a su mesa, un hombre, mucho menor que él. No se dijeron nada por un largo periodo de tiempo, ni se miraron a la cara. Pidieron el mismo licor, el joven tomó el contenido del vaso en un sorbo mientras que él ni siquiera se inmutaba en tocar el vaso.
De pronto el joven se levantó quedando de pié al lado de la mesa, mirando hacia el suelo. Movió la boca tratando de articular alguna palabra, pero solo pudo decir una sola:
- Te quiero
Y así sin más se marchó.
Puede parecer una pobre representación de cariño, una escaza intención de expresar sentimientos, una nula sensibilidad frente a la situación, pero a veces esos pequeños, insignificantes detalles hacen una gran diferencia.
Dos días después de aquel suceso, aquel hombre decidió que era hora de dejar de visitar los bares y descansar por fin en su casa, encontrándolo dormido con una sonrisa en su rostro.
Fue así como lo enterraron, con esa expresión de satisfacción, de regocijo. Nunca esperé ver el rostro de una persona muerta que francamente tuviera un semblante aun mayor de vitalidad de lo que tuvo en vida.

Solemos ser fríos, insensibles con el dolor ajeno, ojeamos mil veces nuestra vida tratando de reparar errores, perdiendo demasiado de nuestra vida en pequeñeces. No somos capaces de darle un sorbo gustoso a la vida y nos encerramos en las mismas desdichas, redundando en las mismas penurias, hasta que nuestra propia conciencia, jovial y atrevida, a la que muchas veces dejamos abandonada, retoma presencia en nuestras vidas.

¿Cuanta falta nos hace que alguien nos diga te quiero? Pero si nosotros no nos queremos, frente a nuestras virtudes y defectos ¿Por qué esperar reciprocidad del resto del mundo?

Hubo una vez un viejo que murió feliz. Frecuentaba los bares cercanos a su pequeña casita….

Lisume

domingo, 23 de agosto de 2009

BURBUJAS



Era aburrido.

Se miro en el espejo sin ganas. El reflejo fue el mismo que el de todas las noches. La perspectiva del diminuto baño cabía perfectamente. No necesito ni inclinarse un poco. Lanzó un suspiro mientras cepillaba sus dientes sosegadamente. Oyó el apremio de su madre. Volvió a lanzar un suspiro a la vez que escupía y seguía cepillando sin muchas ganas de seguir las instrucciones dadas por la dentista.
Un ruido en el vaso que usaba para la tarea llamó su atención. Una burbuja se rompía en la quietud del líquido y la pasta de dientes se diluía dentro. Se lo pensó dos veces antes de cerrar la puerta y recordar dentro de su cabeza la advertencia apocalíptica.

Pero antes de siquiera darse cuenta de lo que hacía, movió el mango del cepillo dentro del vaso. No pasaría nada si hacia una o dos burbujas por diversión. Nadie se enteraría. Soplo despacio para no hacer mucho ruido, las burbujas flotaron en el aire suavemente. Rompió algunas y ahogo la risa. Siguió soplando pero ya no las deshizo más.

Para cuando se dio cuenta, las burbujas ya tenían repleto el cuarto de baño y ahora empujaban la puerta. Intento que no salieran, pero escaparon como un chorro de agua desplazándose por cada espacio de la casa. Nado entre ellas y miro a su hermana mayor tratando de alcanzar al perro que flotaba encima de un montículo. Su papá dormía tranquilo en su sillón de burbujas que lo habían desplazado ya lejos de la televisión. Un crujido rompió la confusión cuando la manada suave y multicolor empezó a escapar por la puerta principal y las ventanas.

Hizo una sonrisa traviesa; el grito de su mamá en alguna parte de las aún restantes burbujas se escucho. Seguro que tendría un castigo, pero no importaba. No había sido otro aburrido lavado de dientes.


KATRINA

viernes, 7 de agosto de 2009

Narciso



¿Que podría ocultar esa mirada baja que da a aquel fluido cristal que refleja tu imagen? Tal ves un secreto que no quieres contarnos, tal ves tu vanidad, tu exceso de amor hacia ti mismo, tal ves muchas cosas tal ves…
Te ha dejado petrificado en una postura malversada y poco convencional. Mi querido humano ¿Cuántos amores tocaron tu corazón y ninguno logró tocar tus entrañas? ¿Cuántas mujeres habrían dado su alma por un roce de tus labios y ni siquiera una mirada les dedicaste? Mezquino, mezquino, solo amabas a un ser viviente, a un ser humano, a un único tu.
Húmeda imagen que idolatraste hasta tu muerte, cristalina voz que engaño tu mente, declarándote amor incondicional.
Ego malicioso, ego mal fundado, ego, nada más que ego. Se ha distorsionado tu realidad, se ha carcomido tu paisaje, se han opacado los colores, ya la gente ignora tu existencia. Se burlan, se mofan.
Te declaro amante de las aguas, señor de los reflejos, espejismo maravilloso que se cree verdad. La belleza de ese rostro que osaste mirar, que daríamos nosotros por tener una pizca de esa sensación, un poco de esa expresión.
Fuiste una oruga, pero la que nunca llegó a ser mariposa, fuiste niño, pero nunca llegaste a ser adulto. Quisiste ser un dios y no fuiste más mortal, quisiste ser eterno e infinito y te fundiste en una flor que nació sobre tus manos.

martes, 4 de agosto de 2009

EL VENDEDOR DE AMIGOS.



Venía dos veces por semana empujando un carrito destartalado y viejo, construido por si mismo con los restos de la grandeza antigua de un longevo árbol partido por un rayo. Se veía sumamente frágil con sus rueditas de bicicleta, sus múltiples curiosidades amontonadas, sus curiosos cajones cada uno más extraño y anormal que el otro. Parecía que fuera a caerse en cuanto el su dueño lo soltara, pero luego de tambalearse macabramente por un momento, se quedaba quieto como el mejor de los edificios perfectamente construido. Lo manejaba una persona olvidada, ya que no tenía familia, ni recuerdos. Siempre traía las mismas ropas cada vez más acabadas, con el cabello enmarañado y la sonrisa gastada. Pasaba como a eso de las seis anunciándose con un grito leve anticipado por el murmullo musical que hacía el carrito al andar.

Vendía amigos.

Solían burlarse de él en cuanto pasaba, mirándolo con pena, pero tampoco nunca supimos que no fuera cierto. Y de serlo, su maravillosa empresa tenía dos errores: uno, los amigos no se venden y en segunda porque no aceptaba dinero, sino algo en igual valor a lo que adquirías. Vendía de todo tipo de amigos: Verdaderos amigos, Amigos para toda la vida, Amigos para platicar, Amigos para reír, Amigos para soñar, Amigos para tomar, Amigos para olvidar. También aceptaba que le dieras en adopción a los amigos que ya no querías. Los apuntabas en un papel. Y él se encargaba de dárselos a otras personas y quitarlos de la que ya no los necesitaba.
Rebuscaba en sus cajones algo que nunca supieron decir bien que era y la metía dentro de un frasco. El color variaba dependiendo del amigo. Al cabo de un tiempo, tu amigo llegaba. Solía tardar días, meses o quizás años, pero el amigo siempre terminaba por llegar, cuando tuviera que llegar. Sólo hacía una advertencia, como el que vende algo sumamente exótico. Cuidarlo. Porque como en toda mercancía, algún falló de vez en cuando se daba. Y un amigo sin un buen cuidado, era imposible volverlo a vender.

Katrina

lunes, 3 de agosto de 2009

Hombre de mil caras


Que te quedes cerca, mirando el atardecer de nuestras manos

Colindando hacia nuestros labios, perdiéndose en la noche

De nuestros ojos


Que te quedes cerca, observando cada línea de mi rostro

El sonido de mi voz mientras me oyes

Ya que es posible que la tomes y te la quedes


No intentes desafiar la dulzura de aquellos labios

La fortaleza de esos brazos

Es fácil perderla y aún más fácil olvidarla


Podría tocar tus dedos, que apuntan hacia el infinito

Dios sabe el por que de su forma

Dios sabe el porque de su existencia


Rompería cada labio que he besado

Quemaría cada cuerpo bien tocado

No merece mi recuerdo

No merece nada


Déjame un poco de tus lágrimas hombre de mil caras

Rebalsa ese único vaso que aprietas con tu puño

Dame de ese sentimiento, ese

El que no eres capaz de expresar….


Lisume