miércoles, 17 de febrero de 2010

Una oportunidad

El teléfono sonó a las cinco en punto en medio de una tarde de calor pegajoso. Alzó la bocina con la certeraza de que saber quien era, sólo por que había estado recordando su existencia diariamente; no con intención por supuesto, pero acudía a su mente con un leve estrépito en el pecho y una ya casi resignada obsesión.

Saludo sin necesidad de preámbulos. El silencio tímido que siguió acrecentó el cosquilleo caliente que no había vuelto a sentir y que le recorrió el cuerpo entero aterrizando en medio de sus pantalones.
—Sí – respondió la voz suave y bajita del otro lado de la línea a una pregunta que ambos se hacían dentro de sus cabezas.
Y colgó.
Se tardo unos segundos en reaccionar. Bajo lentamente la mano donde aún apretaba con fuerza el auricular, preparado por si acaso la respuesta era una negativa… como siempre.

Había sido un día igual de caluroso a aquél. La miro perfectamente para luego ubicarla en la soledad de su memoria. Llevaba un conjunto cómodo, la pose relajada, el cabello suelto, las piernas cruzadas, moviendo el pie al ritmo de una canción que ella solo sabía. Se sentó a su lado con la bebida fría entre las ganas de ella. Era increíble lo feliz y tranquilo que lo hacía sentir con su sola presencia. Sorbió el refresco cuando vio venir la sensación en el estomago de nervios.
Ella termino de mover el pie y se acomodo de nuevo a la vez que recargaba su cara contra su brazo de él. Ahora jugaba con una moneda entre sus dedos.
— ¿Hasta cuando nos vamos a hacer pendejos? – dijo él.
Ella levanto la vista, pero no dejo de jugar con la moneda. Lo miró un segundo antes de hacer la pregunta que él esperaba.
— ¿Qué?
—Sabes perfectamente de que hablo.
—Pues dímelo porque no lo sé.
—Ahora resulta que no sabes.
Una sonrisa irónica cruzo su cara a la vez que fingía prestar atención a una pareja de niños que iban pasando.
Ella trago saliva. Pasó sus dedos por la frente, señal de que una idea o un pensamiento hacían cruzado por su mente. Regreso la atención de nuevo a la moneda entre sus dedos.
— No quiero malentenderlo... No es que no sepa.
— ¿Y qué es lo que malentiendes?
Su lengua paso por sus labios y mordió el inferior. Hizo una sonrisa de esas cuando creemos que la idea es realmente disparatada. Se encogió de hombros.
— Que nos gustamos… de alguna forma.
El sonido de su corazón casi no lo dejó oír la respuesta. La moneda hizo un ruido al golpear en la mesa cuando su mano de él atrapo la de ella. Quedaron tan cercas el uno del otro que noto perfectamente sus mejillas teñirse de rojo y hasta el momento en que se quedo sin aliento ante su inesperada reacción.
Sólo un movimiento, cualquiera que fuera y se besaban sin problema alguno.
— Entonces no lo malentiendes. – dijo finalmente él. –Piénsalo bien. Dime tu respuesta… cuando creas conveniente. Aún hay una oportunidad.
Ella siguió sin moverse. Él acaricio su rostro y se puso de pie.

Se trono los dedos de ansiedad. Evaluando si acaso iba a salir bien. Pensando que a lo mejor se había equivocado al citarla ahí, en ese cuarto de hotel. No buscaba ser duro con ella, pero era esa quizá su última oportunidad que quedaba.
Si no iba… era todo. Para siempre.

Volvió a mirarse en el espejo. Se arreglo la corbata. En la cama descansaban las rosas que le había llevado. Iba sentirse como un real idiota si ella lo dejaba ahí. Intento calmarse andando por la habitación pero la recorrió en dos pasos. Se quito y puso el saco dos veces, se sentó en el sofá otro tanto y miro por la ventana, abría y cerraba el celular… la ilusión que se estaba permitiendo estaba a punto de caerse en alguna parte hiriéndolo.
Tal vez había sido mala idea darle tiempo. Le había dado la oportunidad de pensarlo… pensarlo y arrepentirse.
Tal vez…

El tiempo se paro para los dos justo cuando el sonido de golpes en la puerta llegó. No lograba calmar la ansiedad, ahora vuelta una emoción que no dejaba de ensordecerlo por dentro.
La vio por la perilla; nerviosa, ansiosa, incrédula, temerosa, curiosa y feliz. Había algo dentro de todo eso que les estaba dando un desasosiego calmante.
Ella le sonrió en cuanto noto sus pasos y miro directamente a él, sus manos se llevaron el nudo de su abrigo blanco abriendo lo que había debajo dejándolos a los dos sin aliento.
Él abrió la puerta a la vez que ella cerraba el abrigo y lo miraba fijamente. Él tomo su rostro en sus manos.
— Tal vez no sea tan buena – dijo ella.
Él la rodeo de la cintura atrayéndola a él con toda la fuerza que la hizo gemir cuando choco contra su pecho.
— Lo serás.
Y se besaron a la vez que la puerta de aquella oportunidad se cerraba.

Katrina